lunes, 16 de febrero de 2009

¿Afecta la crisis a nuestra psicología individual? ¿O al contrario, es la psicología del miedo la que alimenta a la crisis?

¿Modifica la crisis nuestras pautas de consumo?
Parece que así es. El problema es que, en general, las crisis son impredecibles y generan situaciones caóticas. Es como si nos sumergieran en “un túnel” en el que no sabemos lo que va a suceder. Las personas precisamos apoyarnos en una serie de "creencias" para enfrentarnos a la realidad. Una de las "creencias" más importante para la estabilidad psicológica es la sensación de control. Necesitamos predecir lo que va a suceder, pensar que el futuro no es algo tan desconocido. Las crisis afectan profundamente a esas creencias mostrándonos la cruda realidad.
Todo ello provoca numerosas consecuencias, como por ejemplo, en la toma de decisiones a muy corto plazo. ¡Si no puedo saber que va a suceder! ¿Cómo voy a programar mi comportamiento? Las consecuencias más importantes tienen que ver con la pérdida de confianza en tres niveles diferentes, cognitivo (en lo que pienso), metacognitivo (en la confianza que tengo en mis propios pensamientos) y social u organizacional (confianza en las instituciones).
De esta manera adoptamos una serie de ajustes, como moderar el consumo, y cambiamos los hábitos. En definitiva, disminuimos nuestros gastos y modificamos las pautas de comportamiento. ¡Hasta el número de divorcios ha caído de forma importante!
Es cierto que resulta prioritario reducir algunos gastos, pero hasta tal punto se modifican nuestras pautas de conducta, que incluso se ve afectada nuestra escala de valores. Las ONG han comenzado a ver mermadas las contribuciones de los particulares que, ante situaciones catastróficas o de especial repercusión social, se venían realizando. Parece ser que con la crisis nuestra "conciencia social" también podría verse afectada.
Investigaciones en el ámbito de la conducta social, han probado que “influimos con nuestra conducta en la economía, a la vez que la economía influye en nuestra decisiones individuales”: seguir pagando la hipoteca, acometer o retraernos en determinadas compras no esenciales…
Es indudable, que incluso aquellos a los que la crisis no les ha afectado aún directamente, y mantienen su nivel de ingresos, adoptan decisiones antes de ser golpeados directamente por la situación. Se produce una interacción en términos colectivos gigantesca. La teoría del rumor –el boca a boca- provoca una serie de reacciones emocionales que, en términos generales, provoca pérdidas de control y miedo, dando lugar a cierto estrés y ansiedad.
El ambiente provoca un mayor ahorro –está aumentado de forma considerable-, al decidir moderar los gastos. Nos ajustamos más a las necesidades reales y disminuimos los gastos en determinados “deseos o caprichos”, hasta que consigamos salir “del túnel”.
Sin perjuicio de nuestra percepción personal, no estaría de más cuestionarse el papel que juegan los medios de comunicación convencionales e internet. ¿Nos afecta más la crisis si estamos “enganchados” las 24 horas del día a ellos? Es indudable, que para las personas más directamente afectadas por la crisis, no resulta estimulante estar oyendo continuamente que todo irá a peor. ¿Y para los que aún no la sufren? ¿Frenan su consumo, cuando en realidad su riesgo es el mismo que tenían en los años de “vacas gordas”?
Es interesante plantearnos, si el comportamiento descrito es dañino para la propia crisis, dado el pernicioso efecto de retroalimentación que desencadena. La crisis tiene unas consecuencias obsesivas que afectan a cada persona de distinta forma.
El planteamiento podría llevar a cuestionarnos, llevado a un extremo, si somos víctimas de la crisis o nuestra conducta tiene alguna responsabilidad en su fomento.

Lo anterior, podría equivaler que los consumidores somos, de alguna forma, los causantes de las circunstancias actuales. Desde luego, en parte sí, debido al comportamiento irracional de gasto y excesivo endeudamiento que algunos, en el pasado más reciente, han podido tener.

Ahora bien, entra dentro de toda lógica, que la gravedad de la situación económica en la que nos vemos inmersos y, -lo qué es peor, el desconocimiento de su profundidad y duración- genere una absoluta falta de confianza. El aumento de la morosidad, el espectacular aumento del paro, la tremenda caída de las ventas de automóviles,… en definitiva, la significativa disminución del consumo doméstico, la están alimentando.

Para colmo, ¡nos amenaza la deflación! Según el INE, los precios desde agosto a enero de 2009, han bajado un 1,8 por ciento. El entorno en el que nos movemos genera ansiedad y una gran sensación de inseguridad. Comenzamos a ser conscientes de que no estamos ante una situación puntual. Incluso los más osados comienzan a plantearse si se pone en evidencia la propia estructura capitalista, sobre la cual nos hemos sentido tranquilamente asentados. O al menos, que se vaya a producir una “revolución de los valores éticos” que en la última parte del siglo XX, aparentemente, pudieron perder importancia.

Es lógico que cambiemos la conducta, ya que nuestra forma de actuar durante los últimos años ha consistido en un “aparente” enriquecimiento, muchas veces, a costa de un mayor endeudamiento. Hemos asumido elevadas deudas para comprar una vivienda, o para financiar ese “fabuloso” automóvil, o unas cortas vacaciones a miles de kilómetros,… sin tener en cuenta si se ajustaban a nuestra capacidad y necesidades reales de gasto. Tampoco se puede decir, que hayamos reflexionado respecto a los precios que hemos desembolsado: ¿eran una auténtica barbaridad , o por el contrario reflejaban el valor correcto de lo que hemos adquirido?

El “pinchazo” y necesarios ajustes, puede que no estén afectando solamente al sector inmobiliario. ¡No es posible mantener la anterior situación! Una lógica consecuencia es que nos podamos sentir “desorientados” e “inseguros”.

Ahora bien, ¿cómo hemos de actuar? ¿Qué debemos hacer para reactivar nuestra confianza?

En primer lugar deberíamos serenarnos un poco. Parece que esta crisis es un torbellino que nos ha atrapado en su centro. Conviene tomar suficiente distancia para observarlo desde fuera y tratar de hacer algo para estar preparados.

¡Hay que procurar ser positivos! En lo personal, en momentos como estos hay que refugiarse en aquellas cosas que nos hacen ver el mundo con mayor optimismo. La contemplación con calma de una obra de arte, escuchar nuestra música favorita, leer esas grandes obras que tenemos en casa y que nunca hemos disfrutado, o pasar un rato dedicados a no hacer nada, -si puede ser en buena compañía-, pueden devolvernos a un buen estado de ánimo.

De esa forma, no remediaremos la crisis, pero conseguiremos no amargaremos el bien más preciado que disponemos, que es nuestra propia vida.

Ello no supone que no debamos permanecer vigilantes de nuestras cuentas y situación financiera y personal. Hay que adoptar todas aquellas decisiones que nos ayuden a estar mejor preparados para cuando, antes o después, “las aguas vuelvan a su cauce”.

2 comentarios:

  1. Hola, me ha encantado leer todos los blogs, en especial, este último que describes como estamos todos los españoles, con miedo e incertidumbre por lo que pueda pasar, y supongo que éso también influye en frenar más la economía, no gastamos,el dinero circula poco, incluso, los que no notan la crisis por ahora, se ahorra por lo que pueda pasar, y no es bueno.
    También es importante el tema de que hay más parados porque hay más población activa, dato que la mayoría de españoles desconocen o no quieren oir,y envenenan más a su alrededor, con que es una crisis propia de los socialistas, de un gobierno corrupto; casi siempre clases sociales medias-bajas, que se quedan con la primera noticia que oyen o les ha contado un vecino, sin pararse a analizarla, ya que su mayor interés de la semana, es si su equipo ganará el partido el domingo.

    A lo mejor he dicho un par de tonterías, es mi humilde opinión, la de una ciudadana más.

    Un besazo.

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  2. Hola Paloma, en absoluto son tonterias, sino un razonamiento muy sopesado y lucido.
    Muchas gracias.
    ¡Hablamos!

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